lunes, 30 de junio de 2008

La autoridad de educar

Crisis de la autoridad y la ilusión educativa
ABC.es
Sábado, 4 de noviembre de 2006

"No basta con una simple movilización educativa, es necesaria una revolución educativa basada en el reconocimiento del mérito, la autoridad y la excelencia. Sin ellas, vemos cómo la candela de la ilusión, el entusiasmo y la vocación del maestro se apaga, leve, lenta y lamentablemente"


Por AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA


EL vídeo de la agresión a un profesor en un instituto de Alicante ha vuelto a remover los cimientos de la comunidad educativa. Realizado por una compañera del alumno agresor con una intención que desborda lo puramente lucrativo, las imágenes difundidas describen una situación que sin ser alarmante está empezando a ser preocupante. Y lo más curioso de las imágenes no se encuentra en la vulnerabilidad del profesor cuando intenta escapar sino en la actitud del alumno agresor que culpa al profesor dando a entender que actúa en legítima defensa.
Probablemente este alumno y sus padres estarán bien asesorados legalmente, casi con toda seguridad y con una pequeña cuota mensual tendrán los servicios de un gabinete jurídico que les atenderá durante 24 horas los 365 días al año. Igual que ya sucede en las urgencias hospitalarias, estas urgencias educativas son ocasiones privilegiadas para el laberinto de las demandas y las querellas donde el triunfo de las sentencias no coincide con el triunfo de la virtud. Cuando a los leguleyos se les abren, tan fácilmente, oportunidades de negocio ante estas situaciones, es porque algún tipo de cáncer se ha instalado en el sistema educativo.
La LOCE de la anterior legislatura popular intentó tímida y acomplejadamente atajar este cáncer asociando la calidad educativa con el esfuerzo de los alumnos, la voluntad de aprendizaje y la responsabilidad de los protagonistas. La LOE de la actual legislatura socialista no sólo se desentiende de estas patologías dándole el alta al enfermo, sino que evita cualquier diagnóstico que suponga esfuerzo para conseguir la salud. De hecho, se hace una apología de la diversidad, de la diferencia, de la tolerancia y del casi todo vale que no tienen parangón en ningún país europeo. Las imágenes serían expresión de una alteración del clima educativo del centro, causado por alguna frustración infantil del alumno y alguna depresión no resuelta de un profesor que practica una pedagogía autoritaria.
Aunque la terapia no está clara, sí está claro que asistimos a una crisis de la autoridad educativa. Y no sólo de los maestros o profesores, sino también de los padres. Quienes hoy ejercemos el funesto e incómodo oficio de educar, comprobamos que la autoridad educativa es un tema políticamente incorrecto en los claustros, en las asociaciones de padres, en los sindicatos, en las oposiciones a la función pública y en las administraciones.
Hubo una época donde los padres decían a los maestros: «A mi hijo, no le pase usted ni una». Soplaban vientos de sociedad cerrada donde educaba toda la tribu y, aunque pasara hambre el maestro, poseía una autoridad indiscutida. Los padres sabían que el único camino para el ascenso social dependía del aprendizaje escolar. No querían que los hijos se emplearan, como ellos, en oficios que eran fruto de la necesidad, del destino y del hambre. Como querían que sus hijos fueran más libres y tuvieran oportunidades, estaban dispuestos a confiar ciegamente en el maestro y la escuela.
Cuando estos hijos se convirtieron en padres no quisieron reproducir el modelo de escuela donde ellos se habían formado. Ya vivían en una sociedad abierta y habían desaparecido todos los símbolos de la tribu, el nuevo estado democrático avalaba una sociedad pluralista y liberal donde los maestros no eran autoridades sino parte de la función pública. La sindicalización de la docencia y el traslado del lenguaje de la mala política a las prácticas educativas han transformado a los maestros en «trabajadores de la enseñanza», su magisterio ha quedado reducido a simple «función pública». Los padres acuden al centro para recibir un servicio educativo que pagan mediante sus impuestos y han desmitificado el valor de los estudios. Se genera una nueva relación de naturaleza contractual donde el maestro está al servicio del padre para cuidar al hijo, no para exigirle o educarle sino para instruirle y acompañarle en el desarrollo madurativo prescrito curricularmente.
Este modelo contractual se expresa cuando oímos que un padre dice «se va a enterar este muerto-de-hambre hasta dónde puedo llegar», «no sabe con quién se la está jugando». Si a ello añadimos el desarrollo de toda una cultura de los derechos y los deberes donde los alumnos y los padres reducen la educación a un simple «derecho» donde el maestro es dispensador de servicios educativos, entonces comprobamos que esta crisis de autoridad era una crisis anunciada.
A pesar de lo lamentable que está siendo la difusión de estas imágenes, con ellas se ha conseguido que la sociedad visualice que la educación es una profesión de alto riesgo. No hace falta que acudamos a los sindicatos de la educación para comprobar cómo el número de bajas por depresión ha aumentado de forma alarmante durante los últimos años. ¿Para qué corregir a un alumno si ello ocasiona problemas? ¿Para qué elaborar un régimen disciplinario en un centro si las autoridades educativas no refuerzan jurídicamente la figura del docente? ¿Para qué dedicarse a la dirección de un centro si además de estar mal pagada es una fuente de problemas? No olvidemos que las administraciones públicas de algunas comunidades están teniendo serios problemas para encontrar quien dirija los centros.
El problema no se va a resolver prohibiendo los móviles en los centros, de hecho los padres tendrían que ser los primeros en exigir que sus hijos dejen en casa los móviles, los mp3 o cualquier otro tipo de artilugio distractor. Es un problema que sólo se resolverá cuando toda la comunidad educativa se organice en clave de responsabilidad y no en clave de impunidad. A pesar de toda la cosmética de la «Educación para la ciudadanía» con la que el Ministerio pretende apuntalar la convivencia en las aulas, el discurso educativo sigue estando presidido por la impunidad, por la reglamentación, por la burocracia, por el normativismo y por la demora administrativa en la solución de los problemas.
En lugar de aumentar el número de normas, directrices y reglamentos, las administraciones deberían promover una nueva alianza educativa donde las familias se implicaran más en la educación de sus hijos y lo hicieran confiando en el profesor, no sospechando de él y su palabra. No basta con una simple movilización educativa, es necesaria una revolución educativa basada en el reconocimiento del mérito, la autoridad y la excelencia. Sin ellas, vemos cómo la candela de la ilusión, el entusiasmo y la vocación del maestro se apaga, leve, lenta y lamentablemente.

Más Platón y menos farmatón

Agustín Domingo Moratalla
Artículo publicado el 13/03/2008 en Las Provincias.

A finales de los años noventa del pasado siglo apareció un libro que llevaba por título Más Platón y menos Prozac. Cuando Lou Marinoff le puso este sorprendente título no se esperaba que se vendieran millones de ejemplares en todo el mundo y se tradujera a más de treinta lenguas. Se mantuvo durante varios años entre los libros más vendidos del mundo y en él encontraron consuelo personas que hasta entonces no habían descubierto el vigor, la importancia y el valor de la filosofía para la vida cotidiana.En sociedades deshumanizadas donde los individuos son reducidos a consumidores entarjetados, usuarios anónimos, pacientes numerados o ciudadanos apátridas, cada vez es más necesario que nos recuerden que no somos esclavos del mercado, del consumo al que nos lanza la publicidad, de las burocracias despiadadas de los servicios públicos o de las sucesivas normas a las que nos someten las diferentes administraciones locales, autonómicas, nacionales, europeas y mundiales. El libro de Marinoff introducía aire fresco en unos lectores que se sentían enfermos y víctimas de una neurosis global de difícil diagnóstico. El libro reaccionaba ante lo que Karen Horney unos años antes había llamado La personalidad neurótica de nuestro tiempo, recordaba a los lectores que la mejor terapia de sus dolencias físicas y anímicas no está en los fármacos, en las drogas o los consuelos artificiales que nos ofrecen sociedades enfermizas.La contraposición entre Platón, como símbolo de la Filosofía, y Prozac, un medicamento que simboliza el remedio rápido e inmediato al estrés y las múltiples neurosis, tenía dimensiones que superaban lo comercial. No se trataba solo de contraponer a Platón como símbolo del conocimiento y la sabiduría tradicional frente a un medicamento que simboliza la dependencia cotidiana de brebajes, pócimas y fármacos que proporcionan la salud inmediata. Se trataba de contraponer dos actitudes diferentes con las que responder a los problemas relacionados con el sentido y valor de la vida.

Platón no era el símbolo de un sesudo saber especulativo y esotérico al que sólo acceden unos pocos privilegiados. Tampoco era el símbolo de una jerga de conceptos incomprensible para los mortales, como si la tradición iniciada por Platón exigiera un lenguaje especialmente técnico e incomprensible para la vida cotidiana de los individuos. Eligió a Platón y no otros pensadores catalogados como filósofos por la importancia que en él tienen la palabra verdadera, el diálogo, la verdad y la justicia. Platón marcó distancias con los sofistas e hizo que la filosofía no fuera una jerga de rufianes que se aprovechan del lenguaje para robar, engañar y enfrentar a los ciudadanos.El éxito de este libro de Marinoff es solo una muestra de que la Filosofía de tradición socrática sigue siendo necesaria. Como en España siempre somos diferentes, el Ministerio de Educación con el desarrollo de la LOE está consiguiendo desterrar de las aulas cualquier resto de saber filosófico con denominación de origen socrática.Además se ha hecho de forma elegante y dulce porque los profesionales de la docencia de la filosofía se han creído que con la nueva materia de Educación para la Ciudadanía consolidarían la presencia de esta tradición socrática. Sin embargo, a medida que vamos conociendo los decretos que desarrollan la nueva Ley Orgánica de Educación (LOE), vamos descubriendo que la presencia de la Filosofía será cada vez menor. Y esto es solo el principio de una estrategia de acoso y derribo de la que parecen despertarse los filósofos que ahora empiezan a manifestarse y protestar por lo que llaman “invasión de la Ciudadanía”.La reducción de horas que se anuncia para Bachillerato (donde se pasa de tres a dos semanales), unida a la mínima expresión horaria en la que ha quedado Educación para la ciudadanía y al desembarco de nuevos licenciados en Derecho, Políticas o Sociología que podrán impartir las materias que antes impartían los licenciados en Filosofía y Letras, está generando una reacción importante.Para la gran mayoría de los docentes, se trata de una legítima reivindicación corporativa y gremial. Hasta ahora se mantenían al margen de los debates filosóficos de fondo que impulsaron la LOGSE y la LOE, creyéndose que con la transversalidad de los valores y la Ciudadanía tendrían asegurada la presencia de la Filosofía. Ya se están dando cuenta de que con estas últimas reformas educativas los estudiantes no acuden más a Platón sino al Farmatón, al Optalidón y a todos aquellos sustitutos del Prozac que tienen a mano.A ver si en algún momento estos docentes se dan cuenta de que no se trata de un problema de horas sino un problema de principios a los que estas reformas educativas han dado la espalda. Mientras no reaccionemos al psicologismo, el pragmatismo y el didactismo, de nada servirán las reivindicaciones. Una reacción difícil donde además del pan nos jugamos la vida. Conviene recordar el texto de Platón cuando narra que Sócrates se dirigía a los jóvenes y los invitaba a buscar con pasión la verdad, la bondad y la belleza. Con estas ideas, Sócrates “envenenaba las mentes de la juventud” y precisamente esta fue su sentencia de muerte.

Por una filosofía de calidad



A veces la filosofía olvida su origen y, lo que es peor, su vocación. Se vuelve servil, queriendo ser servicial. ARETÉ es un proyecto filosófico, ético y ciudadano que apuesta por una filosofía que reivindica su origen y su vocación.